jueves, 1 de abril de 2010

El Llamado de Jesús

Muchas veces la Iglesia de Dios es criticada por aquellos que no entienden por qué hay tantas congregaciones cuando, según ellas, lo correcto sería una y grande, gigante agrupación. Es que no saben que somos, cada congregación, miembros del Cuerpo de Cristo la cabeza.

Cuando leemos las Escrituras podemos encontrar que, ciertamente multitudes seguían a Jesús, unos para escucharlo y llenar sus vidas de fe, salud, esperanza a través de la palabra que sabía de Su Boca; pero atrás lo seguían para llenar sus estómagos y algunos para llenar su ego con críticas, recelos, pleitos, contiendas y juicios y sostener así su ignorancia acerca del Dios verdadero.

Pero en medio de todo, Jesús ya había hecho la elección de aquellos varones que trabajarían con El y después de El en Su Ministerio.

Eran solo doce hombres, sacados de diferentes grupos sociales, con diferente preparación cultural y distinta condición económica los que debían instruir al nuevo pueblo de Dios.

Jesucristo es el mismo de ayer, hoy y por siempre y sus ministros siguen siendo escogidos de la misma manera solo que ahora se han multiplicado sus siervos y son muchas las pequeñas, medianas y grandes congregaciones que se reúnen con el propósito de alabar, adorar, servir y recibir a Dios y su mensaje que edifica.

¿Hubo discrepancias entre aquellos doce apóstoles como las hay algunas veces con los ministros de este tiempo? ¡Claro que los hubo!

Mas esto no significaba división entre ellos. Eran hombres con diferentes formas de vida, educación y aún propósito y unción y tenían que aprender como debe ser también ahora,  a unificarse en el servicio a Dios y en el cumplimiento de sus leyes y estatutos.

Entonces, actualmente habrán Pedros, Lucas, Mateos, Pablos, etc. Al frente de ministerios dando lo que del Espíritu de Dios reciben para la edificación de la Iglesia. Cada ministro tiene sus dones, capacidades y aún temperamento dado por Dios y útiles para ejercer su ministerio.

A Jesús no le importó nuestra condición, como no le importó la de los Apóstoles, para llamarnos a servirle; no llamó a hombres ni mujeres perfectos sino dispuestos a amarlo, seguirlo y obedecerlo; hombres y mujeres capaces de creerle a El y a Su Esposa. El es quien escoge, equipa y al final de la carrera el que da los galardones al fiel y valiente que tuvo muy claro a quién servía y sin importarle las burlas y críticas de los que no lo entienden llegaron al final.

Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.

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