jueves, 24 de septiembre de 2009

Las recompensas para el vencedor


Indudablemente el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo es para valientes y vencedores. El mismo Jesucristo nos ha dado el mayor ejemplo padeciendo hasta la muerte en la cruz para cumplir con el propósito de Su venida a la tierra; rescatar lo que se había perdido; todo por amor.
Habiendo padecido todo, el es grande en misericordia para no darnos una prueba que no podamos soportar. El nos conoce y nos llevará paso a paso para vencer las pruebas y tribulaciones que se nos presenten, que por difíciles que sean, nunca se compararán a lo que El padeció.
Cuando leemos las escrituras, en Apocalipsis 2 encontramos los mensajes de Dios, El Ángel de la Iglesia, a Su Iglesia y podemos notar que en todo momento el dice: “Al que Venciere” y luego presenta sus hermosas promesas que como recompensa tiene al que venciere. Por supuesto sus promesas son para levantar nuestro corazón con esperanza pero hoy nos detendremos a reflexionar sobre lo que el Ángel de la Iglesia, le dice a la Iglesia de Efeso en Apocalipsis 2.7.
Muchas veces hemos declarado, hemos oído como Jesucristo, a través de su sacrificio nos vuelve a la eternidad, a la inmortalidad que habíamos perdido y en la promesa que encontramos en el verso 7 pues nos dice que al vencedor y quien llegue hasta el final le dará el derecho de comer del árbol de la vida que está en el Paraíso.
Algunas versiones todavía son más específicas y dicen que mes con mes comeremos del árbol de la vida, fuente de vida; lo que quiere decir que somos eternos, inmortales, si y solo si Jesucristo el árbol de la vida, está en nosotros desde ahora, de tal manera que cuando muramos y seamos transformados, nuestra eternidad, dependerá siempre del que nos salvó de la muerte eterna y de las tinieblas aquí en la tierra; Jesucristo Nuestro Señor.
Comeremos, nos alimentaremos y sustentaremos de su inmortalidad y nunca más tendremos sed ni hambre.
Con razón dicen las Escrituras que allá no habrá ni tristeza ni dolor, ni el sol dará su luz, ni la luna su esplendor pues entonces Jesús el Rey de Gloria para siempre nos alumbrará.

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